¿Saben qué es lo peor del perdón? No llevarlo a cabo.
Hay veces en que ya es demasiado tarde y otras en que ya no importa, pero la mayoría de las veces en que el perdón esta pendiente, ayudaría a acercar a personas y a apaciguar almas.
El malestar de muchos es el sentimiento de culpa, y la culpa no deja dormir, inhibe, tensa, avergüenza, irrita y hace que muchos dejen la solución del problema para otro día y otro y otro. Y es que admitir que uno es culpable de algo significa que se siente responsable del conflicto. Aunque sabe que enfrentarse con la otra parte y pedir perdón puede poner fin a esa carga, hay veces en que eso se torna imposible.
Y es que el perdón es un acto, precedido por las palabras, por supuesto, pero es algo que hay que poner en juego, algo que demostrar.
Y en esta tesitura, perdonar puede suponer mostrarse uno mismo sin velos, tal y como es. Pero si las dos partes se quieren, y cuando hay culpa es porque algo del querer anda rondando, se hace necesaria esta puesta en acto del perdón.
Claro que hay cosas que no se perdonan nunca, y que el querer no lo justifica todo, pero cuando el perdón es posible, y las disculpas nos pueden llevar a buen término, merece la pena el esfuerzo de sobreponerse, llamar a las cosas por su nombre, y enfrentarse al gesto del otro, porque el abrazo de recompensa puede hacer olvidar las diferencias, comprender las razones de la otra parte y crecer con el paso que hemos dado hacia a delante.
¡Qué buen sentimiento el perdonar y el saberse perdonado!